Lo que escribiré a continuación no pretende ser una guía que deberá seguir al pie de la letra si está pensando –o en proceso de- emigrar a Canadá.
Tengo ocho meses en Montreal y el camino apenas empieza, considerando que los expertos aseguran que un inmigrante comienza a conseguir la estabilidad necesaria luego de dos años. Comienza, sí, porque para que dicha estabilidad sea plena -según los analistas- serán necesarios al menos cinco años. Claro que las experiencias varían de familia en familia, pero digamos que esos son los lapsos en promedio.
Un semestre es un período corto para dar conclusiones sobre las vastas diferencias que existen entre Venezuela y Canadá. Sin embargo, existen cambios esenciales que pueden subrayarse prácticamente a semanas de haber aterrizado, muchos de ellos positivos que le satisfarán y le reafirmarán que tomó una buena decisión. Pero como sabemos: no todo es perfecto y dejar la zona de confort que todos tenemos en nuestros países también pasa facturas.
Tener calidad de vida será de las diferencias que notará de inmediato. Claro que podrá sentirlo al caminar por la calle a cualquier hora sin temor a ser robado. También podrá sentirlo si no tiene carro y depende del sistema de transporte público. Agradecerá que tenga acceso a un sistema de salud gratuito que, según los medios de comunicación locales, está colapsado, pero que sin duda para nosotros representa un gran avance, considerando que en Venezuela hasta la red privada de clínicas no da para mucho más.
Más allá de estas clásicas anécdotas, podrá palpar el cambio en su calidad de vida cuando resulte beneficiario de las políticas que ha desarrollado este país en función de dar facilidades de estudios (becas, préstamos, etc), en la cantidad de organismos y entes que existen para ayudar al “recién llegado” y hasta en los planes que se han dispuesto para las personas de la tercera edad.
Y la calidad de vida es una condición que no se puede separar de las economías de cada país. Los números, para muchos abstractos, también demuestran las grandes diferencias que existen entre dos naciones que tienen un perfil petrolero (claro está a diferentes escalas y, sobre todo, con diferentes dependencias del barril de crudo que exportan) y un número de habitantes que es relativamente similar.
Les doy algunos ejemplos: el PIB per cápita de Canadá en 2010 fue aproximadamente de 39.037 dólares, mientras que el venezolano fue sólo de 11.889 dólares.
En un área más micro, podemos hablar del salario mínimo. Debe tomar en cuenta que en Canadá éste varía de provincia en provincia y que, a diferencia de Venezuela, lo que usted genere por semana (los pagos son generalmente por semana) dependerá de las horas que labore. Podemos, sin embargo, tomar un horario similar al tradicional venezolano y supongamos que usted va a su empleo ocho horas por día, cinco veces a la semana. Si tomamos como promedio del salario mínimo 9 dólares, usted va a devengar un sueldo de 1440 dólares mensuales. Si hablamos de salario mínimo, sabe muy bien que en Venezuela este monto dependerá del tipo de cambio que tome para nuestro anhelado dólar, por ende, es fácil reconocer que en el escenario poco real de 4,30 bolívares por dólar, ese sueldo se convierte en 285 dólares mensuales y que en el escenario más realista, de aproximadamente 8 bolívares por dólar, el sueldo cae a tan sólo 153 dólares. ¿Una diferencia, no?
Si el tema del salario mínimo lo entusiasmó, debe también saber que este es un país en el que se paga impuestos…y bastante. Es parte de la cultura y para bien o para mal (sobre todo para los que venimos de países donde no existe una verdadera educación tributaria) es casi como una religión. Así que debe tomar en cuenta que mientras más ingresos obtenga durante un ejercicio fiscal, más dinero deberá declarar y pagar al Fisco. Lo bueno: el dinero que usted aporte se verá reflejado en los planes y programas que ejecuta el gobierno, por ende, se verá reflejado en su calidad de vida.
Otra de las cosas que usted podrá notar, incluso poco tiempo después de haber llegado, es que este es un país que no se detiene. El consumo (aquí se sentirá familiarizado) y la producción de bienes y servicios no paran. No por casualidad Canadá fue de las naciones que mejor respondió ante la crisis financiera internacional que golpeó a las economías de primer mundo y no por casualidad en estos momentos tiene un escenario mucho más favorable que la primera potencia mundial: Estados Unidos.
Sin embargo, algo estoy segura le sorprenderá: los fines de semana la mayoría del sector comercial en Montreal “muere” a las 5 de la tarde, exceptuando los famosos “depanneurs”, supermercados y algunos restaurantes. Pero no se aflija por ello. Esto lo obligará a buscar actividades de otra naturaleza que terminarán siendo de su agrado, incluso en el inclemente invierno.
Si es de los que tiene la oportunidad de compartir con canadienses, su cultura y su visión de vida, también podrá remarcar que en general tienen prioridades muy distintas a las de nosotros. Verá que para una gran mayoría, las ambiciones tienen límites e incluso tiempos. No viven acelerados por tener una casa y un carro, familia e hijos. Un canadiense en sus plenos 30 preferirá vivir alquilado, sin carro, pero disfrutando de su buen salario, viajando, divirtiéndose. Y no es criticable, pues tienen todo un sistema que les permite vivir con sus prioridades y decidirse, un poco más maduros, en qué invertir su dinero de una forma más “tradicional”. De hecho, la mayoría de contemporáneos que conozco que viven ya en su casa comprada, con carro, hijos y mascota, provienen de América Latina. El intercambio de experiencias de ambos esquemas puede resultar interesante en la medida que tanto canadienses como inmigrantes aprendan de cada uno.
Pero como dije en el segundo párrafo: no todo es perfecto. El cambio de cultura también tiene su lado amargo. Deberá adaptarse a muchas cosas nuevas e incluso aprender a respetar y a comprender el lado algo más frío de estas latitudes (y no estoy hablando de la temperatura). Otro trago amargo: la nostalgia. Puedo decir con certeza que es parte de mi día a día, seguro motivada por el reciente paso que di. Sin embargo, al hablar con otros venezolanos, colombianos, argentinos, indios, rusos y filipinos (no es sólo una cuestión de los latinoamericanos) he confirmado que el añorar al país de origen es también parte de la adaptación, lo importante es saber que es humano, que es normal y que incluso en los momentos de mayor nostalgia, siempre habrá una señal que nos indique por qué estamos aquí.